A la mañana siguiente, Inés corrió al establo, untó las cuerdas e inmediatamente vio aparecer a su vaca y a su carnero, más gordos y lustrosos que nunca.
– Pero no me gustaría que las hadas me tormaran por una descarada- reflexionaba la mujer. Al final se le ocurrió que la petición sería mejor acogida si la hacía uno de sus hijos.
– Pero no me gustaría que las hadas me tormaran por una descarada- reflexionaba la mujer. Al final se le ocurrió que la petición sería mejor acogida si la hacía uno de sus hijos.