El Rey acabó reconociendo en él a su medio hermano, quien había desaparecido hace años y había sido dado por muerto. En todo momento, como hemos podido contemplar, el Rey había mostrado un talante elegante y justo, no se había dejado persuadir por las malévolas pretensiones de su madre, y no iba a ser menos en ese instante. Con una honradez inusitada, reconoció el derecho al trono de Alfege, y abdicó en su favor allí mismo, frente a la mirada atónita de todos, al tiempo que le besaba la mano en señal de respeto.