Alfege se arrojó a los brazos de su hermano y, juntos, abrazados, acudieron al palacio real. En presencia de toda la corte el Príncipe Alfege se convirtió en Rey, y su hermano portó el honor de colocarle la corona. Para disipar cualquier sombra de duda sobre su identidad, pues nadie daba crédito a la reaparición del joven apuesto, el Rey Alfege mostró el rubí que la Reina Amable le había regalado en su infancia para protegerse. Mientras todos clavaban la mirada en el sello, éste estalló con un ruido estruendoso, y súbitamente la Reina Malvada expiró.