La despreocupación de la madre se vio parcialmente compensada con la intención de proteger verdaderamente a su primogénita, y para ello envió a un guardián con ella en su camino. Pero tal fue la irresponsabilidad del encargado, que en un gran bosque decidió evadirse de su cometido y abandonó a Aurora a su suerte. Al despertarse y encontrarse sola, Aurora rompió en llanto. Cuando las fuerzas se lo permitieron, escapó de aquel lúgubre lugar, en busca de una salida. Los recovecos la extraviaron todavía más y, de esta manera, Aurora encontró una pequeña casita en medio de un claro entre los árboles. Tocó a la puerta y… una agradable pastorcilla le abrió y preguntó quién era y qué la había llevado hasta aquel sitio tan recóndito.