Como parte de un instante que se antojaba inevitable, Ferrandino se cruzó con ellas, y éstas le contaron que habían acudido allí para poder vivir, pues habían sido exiliadas de manera forzosa. Sin pensárselo dos veces, el legítimo esposo de Biancabella obró en consecuencia, y convocó a todas las mujeres de la corte, incluida su madrastra, a que acudiesen al castillo. Una vez allí, Samaritana pidió a una cortesana que cantase, de forma anónima, la historia de Biancabella, esto es, sin citar los nombres de los verdaderos protagonistas. Aquello fue digno de presenciar y de escuchar, pues el arpa acompañó el más conmovedor de los relatos.