El diablo, al verse engañado por segunda vez comenzó a gritar, y tanto fue su enfado que los ojos se le pusieron rojos y un humo negro empezó a brotar de su espalda. Sin duda alguna, el jovenzuelo había sido más listo que él y por tanto le correspondía todo el tesoro de piedras preciosas y joyas de oro escondidas bajo la tierra de la granja. Cumpliendo lo prometido, el diablo le entregó su recompensa y se marchó disgustado para nunca volver a la granja.