Y vaya si lo hicieron, pues sus latigazos en oro se tornaron, y viajaron por el mundo, y se diseñaron vestidos a su medida. Así es como se olvidaron de la condición que aquel monstruo les había impuesto: tras los siete años, si no habían adivinado un acertijo, seguirían siendo su posesión; en caso de resolverlo, serían liberados látigo en mano.