Cuando uno es feliz, el tiempo rápido pasa, y se le escapa de las manos. Así le ocurrió a nuestros tres soldados, pues en un abrir y cerrar de ojos los siete años se habían consumido. Y dos de ellos se habían consumido con ellos, pues sólo de imaginarse su destino se tornaba lúgubre y taciturno su espíritu.
En una ocasión, los tres se toparon con una extraña anciana, quien les propinó un misterioso consejo: “atravesando el bosque, os encontraréis con una curiosa roca caída, que no es más que un hogar camuflado. Entrad sin miedo, y allí encontraréis auxilio”. Los soldados melancólicos, pesimistas, desconfiaron y renegaron de acudir, pues no creían en que su salvación pasase por esa visita. El tercero, con más voluntad y decisión, y sin miedo en sus entrañas, se aventuró en el bosque.
¿Y quién creéis que habitaba la casita de la piedra? Nada más, ni nada menos tampoco, que la abuela del diablo. La anciana agradeció su actitud servicial y amable, y lo refugió en su sótano, también oculto bajo una piedra ¡cómo no! Antes de ello, le contó la verdad, y le prometió que el diablo acudiría a visitarla, y ella lo interrogaría sobre la adivinanza. Sería entonces cuando el soldado, invisible a sus ojos en el sótano, debía escuchar con atención y aprenderse las respuestas.
Así, tal y como se había predicho, transcurrió la cita entre el diablo, en forma de dragón, y su querida abuela. Y, más adelante, consumados por completo los siete años de servicio, el maligno ser fue en busca de los tres soldados. El que avisa no es traidor, eso todos lo sabemos, y el diablo no iba a ser una excepción.
Encontrándose todos juntos, el poderoso dragón les advirtió que los capturaría, los llevaría al infierno y, una vez allí, les haría servir un banquete y también serían partícipes del mismo.
En una ocasión, los tres se toparon con una extraña anciana, quien les propinó un misterioso consejo: “atravesando el bosque, os encontraréis con una curiosa roca caída, que no es más que un hogar camuflado. Entrad sin miedo, y allí encontraréis auxilio”. Los soldados melancólicos, pesimistas, desconfiaron y renegaron de acudir, pues no creían en que su salvación pasase por esa visita. El tercero, con más voluntad y decisión, y sin miedo en sus entrañas, se aventuró en el bosque.
¿Y quién creéis que habitaba la casita de la piedra? Nada más, ni nada menos tampoco, que la abuela del diablo. La anciana agradeció su actitud servicial y amable, y lo refugió en su sótano, también oculto bajo una piedra ¡cómo no! Antes de ello, le contó la verdad, y le prometió que el diablo acudiría a visitarla, y ella lo interrogaría sobre la adivinanza. Sería entonces cuando el soldado, invisible a sus ojos en el sótano, debía escuchar con atención y aprenderse las respuestas.
Así, tal y como se había predicho, transcurrió la cita entre el diablo, en forma de dragón, y su querida abuela. Y, más adelante, consumados por completo los siete años de servicio, el maligno ser fue en busca de los tres soldados. El que avisa no es traidor, eso todos lo sabemos, y el diablo no iba a ser una excepción.
Encontrándose todos juntos, el poderoso dragón les advirtió que los capturaría, los llevaría al infierno y, una vez allí, les haría servir un banquete y también serían partícipes del mismo.