Entre los visitantes destacaban dos jóvenes mujeres, cuya vestimenta también resaltaba de la del resto, por lustrosa y ostentosa. Él los recibió sentado en un haz de leña, expectante, mientras la compañía se aproximó con desconcierto. Una de ellas, con tal de resolver de qué estaba hecho el hombrecillo de la isla, le pinchó. Pero tanta fue la mala pata que el alfiler también atravesó su propia piel, en el momento en que el náufrago opuso resistencia, y la joven sangró. Al ver la sangre correr, y el grito de horror que de su boca salió, la compañía huyó despavorida, dejando sola a la doncella con el joven, junto a un manojo de llaves.