La joven señaló al náufrago, y le expuso que de alguna forma era el responsable de la sangre que había extraído, motivo por el cual debían casarse. Las objeciones por parte de él no tardaron en manifestarse, pues su coherencia le dictaba que no mucho podían sobrevivir en aquella desértica isla. La doncella asumió como responsabilidad el proveer sustento para ambos. Él accedió y, una vez sellado el matrimonio, la joven se encargó de las provisiones sin problema alguno. “Mi familia es de buena clase y ricos son mis padres, no te preocupes por ello”, de tanto en tanto decía. Pero, eso sí, con misterio, pues el náufrago nunca supo de dónde salían todos esos víveres y enseres...