Raudo y veloz, el náufrago temió por su vida, pues cuanto más se concentraba en acelerar, más de cerca escuchaba el retumbar de miles de pies tras él, como una estampida de ganado. No se creyó a salvo hasta que puso la mano sobre el pomo de su puerta, y entonces se permitió el lujo de mirar detrás y… ¡infinidad de vacas pacían el prado tras la valla! Otras tantas desaparecieron de su vista como un espejismo, pues estaban más allá de donde alcanzaba a ver.