A partir de entonces, viviendo los jóvenes en su hogar isleño, ella desaparecía de tanto en tanto. Se desvanecía sin explicación aparente, para consternación del náufrago. Un día, compungido y cansado de guardar silencio, le preguntó por qué a veces se iba sin avisar, a lo que ella respondió tajante y lacónicamente: “Marcho en contra de mi voluntad. Estoy obligada a partir”. Y añadió como solución: