– Fue espantoso – prosiguió Simbad – El temible gigante devoró a toda mi tripulación de un solo bocado y se quedó dormido al instante. En ese momento, agarré un poco de brazas ardientes con un atizador y sin un segundo que perder se lo clavé al gigante en su único ojo. Sin mirar atrás me escapé de aquel lugar, no sin antes atrapar un extraño objeto dorado que los salvajes veneraban.