De pronto Palillo dejó de reír y cayó de rodillas. Pinocho le miró asombrado y luego hizo lo mismo que su amigo. Arrodillados en el suelo, observaron horrorizados que sus manos se volvían pezuñas, que les crecían unos morros y que sus espaldas se cubrían de una tupida capa de pelo. Y lo que es peor, les había crecido un rabo.