Ante su asombro, la serpiente se tumbó y cerró los ojos. Hasta dejó de salirle humo de la cola. “Debe de estar muerta”, pensó Pinocho, y trató de saltar sobre su cuerpo. Pero no bien hubo dado el primer paso, cuando la serpiente se alzó furiosa y Pinocho salió despedido hacia atrás y fue a caer de cabeza en medio del barro.