Rápido como el rayo, Pinocho cerró tras ellas la puerta, arrimó a ésta una piedra enorme, y se puso a ladrar con toda sus fuerzas. ¡Guau, guau, guau, guau! Las comadrejas aporrearon la puerta, mas fue inútil. El granjero vino corriendo con su escopeta, atrapó a las cuatro comadrejas y las metió en un saco. ¡Ya os tengo! ¡Iréis de cabeza al puchero, ladronas, más que ladronas! ¡Qué magnífico perro guardián! El granjero estaba tan satisfecho con Pinocho que lo dejó libre, y se despidió de él dándole las más efusivas gracias. El muñeco se alejó de allí tan aprisa como le llevaban sus piernas, y no paró de correr hasta llegar al bosque donde había vivido el hada. Sí, donde había vivido el hada, pues el pobre Pinocho no halló ni rastro de la casita de ésta. Sólo pudo leer una lápida de mármol con la siguiente inscripción: