– ¡Sólo me casaría contigo si te viese encerrado en un ataúd!- respondió la princesa, y el príncipe no espero a que se lo dijeran dos veces: se tumbó en un ataúd y luego ordenó a los criados que le llevaran en
procesión por la
calle, llorando como si fueran a un funeral.