“-Una vez –contaba el barón de Münchhausen-, tuve que ir a Rusia. Sabéis que me encanta cabalgar y que ni el calor ni el frío, ni la lluvia ni la tormenta me asustan. Por ello decidí ir a caballo. En determinado momento se puso a nevar y la nieve era tan espesa que no se veía nada. Caía la noche y no paraba de nevar. No podía encontrar ni un pueblo ni una casa para pasar la noche. Pero mi ánimo no decayó por eso. Me apeé del caballo, lo até a una pequeña cruz que asomaba por encima de la nieve, me envolví en mi capa y me dormí profundamente