“A la mañana siguiente, desperté y miré a mi alrededor. No podía creer que estuviese realmente despierto. En efecto, me encontraba tendido en un charco, en medio de la plaza principal de la ciudad, rodeado por una multitud de personas que miraban hacia arriba. Miré yo también hacia lo alto ¿y qué creéis que vi? A mi caballo, sobre el campanario, amarrado con las riendas a la cruz. El pobre coceaba en el vacío y estaba a punto de morir estrangulado. Desenfundé rápidamente mi pistola, la cargué, afiné la puntería y disparé. La bala cortó las riendas, el caballo aterrizó en la plaza de cuatro patas, como un gato. Monté sin esperar un segundo, lo espoleé y continué mi viaje. Durante el camino, sin embargo, me preguntaba cómo diablos, habiéndome dormido en la nieve en pleno campo, podía haber aparecido en medio de aquella plaza y cómo mi caballo había estado a punto de ahorcarse amarrado a la cruz del campanario. Durante la noche, no obstante, se había producido el deshielo, la nieve se había derretido lentamente y, una vez disuelta, yo había bajado con ella hasta encontrarme tendido en aquel charco en la plaza principal de la ciudad. El pobre caballo, en cambio, al estar amarrado a la cruz del campanario, se había quedado en lo alto con el deshielo.