“Sin embargo, el tiempo se descompuso de nuevo. La nieve volvió a caer y cubrió todas las cosas. Decidí seguir la costumbre rusa, así que me compré un trineo, enganché el caballo a ese vehículo y emprendí camino hacia San Petersburgo. Sólo me daba miedo pensar en que, durante el trayecto, pudiesen atacarme los lobos. En Rusia, en efecto, los lobos son tan numerosos como los pájaros entre nosotros.