Todas las mañanas y todas las noches, el viejo y su nietecito que vivía con él, miraban el ir y venir de la gente en la estrecha calle del pueblo y alrededor de sus casitas. Al pequeño le gustaban los arrozales porque sabía que ellos procuraban el alimento, y estaba siempre dispuesto para ayudar a su abuelo a abrir o cerrar los canales de riego y para cazar los pájaros ladrones en el tiempo de la cosecha.