- ¡Oh, abuelo! –exclamó-. ¿Qué hace?
- ¡Deprisa, deprisa, echa el tuyo! ¡Prende fuego!
Yone creyó que su abuelo se había vuelto loco y se puso a llorar; pero un niño japonés obedece siempre, de manera que, aún llorando, lanzó su antorcha en medio de las espigas, y una llama roja subió sobre los rastrojos, secos y apretados. El humo negro se elevaba hasta el cielo. La llama se extendía devorando la preciosa cosecha.
Desde abajo, el pueblo vio aquel espectáculo y lanzó un grito de horror.
¡Ah! ¡Cómo corrían y trepaban todos a lo largo del sendero tortuoso! Ni uno solo quedó atrás. Hasta las madres llegaban, apresuradas, llevando a sus hijos sobre la cadera. Cuando llegaron a la planicie y vieron sus arrozales desvastados de aquella manera, gritaron con rabia:
- ¡Deprisa, deprisa, echa el tuyo! ¡Prende fuego!
Yone creyó que su abuelo se había vuelto loco y se puso a llorar; pero un niño japonés obedece siempre, de manera que, aún llorando, lanzó su antorcha en medio de las espigas, y una llama roja subió sobre los rastrojos, secos y apretados. El humo negro se elevaba hasta el cielo. La llama se extendía devorando la preciosa cosecha.
Desde abajo, el pueblo vio aquel espectáculo y lanzó un grito de horror.
¡Ah! ¡Cómo corrían y trepaban todos a lo largo del sendero tortuoso! Ni uno solo quedó atrás. Hasta las madres llegaban, apresuradas, llevando a sus hijos sobre la cadera. Cuando llegaron a la planicie y vieron sus arrozales desvastados de aquella manera, gritaron con rabia: