El
joven volvió a su
pueblo, a
casa de su madre, con todo aquel tesoro.
Allí, sin embargo, nadie quería creer en su fama.
- ¿Qué ese pordiosero ha curado a la princesa? ¡Vaya
médico! –decía la gente corroída por la envidia.
Todos pensaban que el pobre infeliz se había vuelto loco.