Éstas no volvieron hasta el amanecer y, durante toda la semana, no hablaron de otra cosa que del magnífico baile y de la princesa vestida de plata, como si todo esto no tuviese nada que ver con ella.
A la semana siguiente, el rey ofreció una nueva fiesta y, naturalmente, Adela y Matilde no podían faltar. En cuanto cerraron la puerta, Serafina fue al desván, abrió la caja con la llavecita de oro y esta vez encontró un vestido de oro, un par de zapatos de oro y una diadema de oro. Jamás se había visto un vestido tan bello en todo el reino ni en los reinos colindantes.
A la semana siguiente, el rey ofreció una nueva fiesta y, naturalmente, Adela y Matilde no podían faltar. En cuanto cerraron la puerta, Serafina fue al desván, abrió la caja con la llavecita de oro y esta vez encontró un vestido de oro, un par de zapatos de oro y una diadema de oro. Jamás se había visto un vestido tan bello en todo el reino ni en los reinos colindantes.