Serafina se puso el vestido de oro y se fue al baile. El palacio estaba lleno de damas y caballeros de la nobleza, y estaban también sus hermanas, pero Serafina era de nuevo la más bella. Y tampoco esta vez hubo quien reconociese en ella a Cenicienta. El rey no le quitó la vista de encima ni un instante, pero, cuando llegó la medianoche, Serafina se escabulló y volvió corriendo a casa. Durante toda la semana, las hermanas hablaron de la bellísima princesa vestida de oro.