Éucrates quedó maravillado ante semejante prodigio y le hubiera gustado poseer la fórmula mágica, pero el egipcio guardaba celosamente el secreto. Sin embargo, un día, el mago pronunció la fórmula en voz alta y Éucrates, que se encontraba en la habitación de al lado, la oyó. Más tarde, mientras la escoba ejecutaba sus órdenes, los amigos se fueron a dar un paseo.