El muchacho, ante tal fortuna, decidió que iría al día siguiente a pedir la mano de la chica que siempre le había gustado. En la posada, el dueño, que vio las cualidades del mágico asno, lo cambió por otro mientras todos dormían. Por la mañana, el chico se presentó ante el padre de ella: -Ya puedo mantenerla, señor, con este asno no le faltará nada -pero, no habiéndose dado cuenta del cambio, por más que giró y retorció las orejas del asno, no cayó oro.