- ¡Dios me valga, paloma!
Una fracción de segundo más tarde, Miguelín, convertido en paloma, volaba a través de la abierta
ventana y se colaba de rondón en el
castillo. Cuando estuvo dentro se posó, en el suelo y gritó:
- ¡Dios me valga, hombre!
Y recobró en el acto su forma natural.