Después de haber hablado así, los cuervos remontaron el vuelo, y el fiel Juan, que lo había oído y comprendido todo, permaneció desde entonces triste y taciturno; pues si callaba, haría desgraciado a su señor, y si hablaba, lo pagaría con su propia vida. Finalmente, se dijo, para sus adentros: «Salvaré a mi señor, aunque yo me pierda».
Al desembarcar sucedió lo que predijera el cuervo. Un magnífico alazán acercóse al trote:
Al desembarcar sucedió lo que predijera el cuervo. Un magnífico alazán acercóse al trote: