Una noche más el Príncipe pidió a la golondrina que se quedara para entregar el otro zafiro de sus ojos: -En la plaza hay una niña descalza y sin abrigo. Vende fósforos. Se le han caído en el barro y ahora no los puede vender. Su padre se enfadará si no lleva el dinero a casa. -Príncipe, entonces, ¡te quedarás ciego! -exclamó la golondrina, pero él asintió y ella entregó la joya a la niña, cuyos ojos se iluminaron de felicidad.