Llamaron a la puerta de la casa de Ahmed, era casi de día. Creyendo que eran los soldados que venían a llevárselo para la ejecución, Ahmed fue a la puerta con buen ánimo. Él y su esposa habían gastado la mitad del dinero en vivir bien y se sentía bastante preparado para partir. Ni siquiera se sentía apenado de dejar a su mujer. Ella, por su parte, estaba contenta, aunque lo ocultaba, de tener aún bastante dinero para gastarlo solamente en sí misma.