El sacristán pensó que era un farol así que no hizo ningún ruido y permaneció quieto como una estatua de piedra. Entonces el chico le avisó por tercera vez y como no sirvió de nada, se lanzó contra él y empujó al fantasma escaleras abajo. El "fantasma" rodó diez escalones y se quedó tirado en una esquina. Entonces el chico hizo sonar la campana, se fue a casa, y sin decir una palabra se fue a la cama y se durmió. La esposa del sacristán estuvo esperando a su marido un buen rato, pero no regresó. Al rato se inquietó y despertó al chico. Le preguntó: