La tercera
noche se sentó en su banco y entristecido dijo: -Si pudiera tener miedo...
Cuando se hizo tarde, seis hombres muy altos entraron trayendo consigo un ataúd. Le dijeron al
joven:
-Ja, ja, ja. Es mi primo, que murió hace unos días -y llamó con los nudillos en el ataúd- Sal, primo, sal.