Al fin, comprendiendo que de aquella manera no podía vivir, salió de sus habitaciones y dirigiese a las de sus padres, a quienes anunció que quería ir a conocer a la princesa Labam.
-Tengo que ir -dijo-. Es necesario que la vea. Decidme dónde se encuentra.
-No lo sabemos, hijo -contestaron a la vez el Rajá y la Raní.
-Entonces iré yo mismo a buscarla, -dijo el príncipe.
-No, no -protestó el padre-. No debes dejarnos. Eres nuestro único hijo. Será mejor para ti que no salgas de nuestros dominios, pues nunca lograrás encontrar a la princesa Labam.
-Tengo que ir -dijo-. Es necesario que la vea. Decidme dónde se encuentra.
-No lo sabemos, hijo -contestaron a la vez el Rajá y la Raní.
-Entonces iré yo mismo a buscarla, -dijo el príncipe.
-No, no -protestó el padre-. No debes dejarnos. Eres nuestro único hijo. Será mejor para ti que no salgas de nuestros dominios, pues nunca lograrás encontrar a la princesa Labam.