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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Entonces, un viento de tempestad se levantó al instante,...

Entonces, un viento de tempestad se levantó al instante, el aire se puso a silbar como mil serpientes al unísono, y las copas de los árboles se azotaron unas a otras, provocando un estruendo enorme, a la par que los rayos chasqueaban sobre ellos y los truenos retumbaban ensordecedores. Como surgido de la misma noche, un enorme potro negro pareció volar hasta donde estaban la princesa y el vigilante. Los belfos de la bestia lanzaban espumarrajos, sus relinchos destrozaban los tímpanos y sus cascos brillaban como si estuvieran envueltos en metal. Montada a horcajadas sobre la inmensa cabalgadura, la Reina de los Elfos reía y gritaba con voces de locura, y su mirada era capaz de helar a quien la contemplara. Hizo corcovear al cuadrúpedo infernal y ponerse de manos a un palmo de la cara anonadada de Juana, pero la muchacha consiguió dominar el miedo, o quizá el miedo la atenazaba en su sitio ante la visión demoníaca de la Elfa. Cuando creía que iba a volverse loca, algo frío y pringoso se movió entre sus brazos, y el horror se quintuplicó: ¡Tam había desaparecido y en su lugar un lagarto gigantesco se debatía por escapar, arañándole y rozándole con la lengua bífida! Apenas pudo reprimir la náusea, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no soltar a ese aborto de dragón en que se había convertido el joven. Pero no acabó allí el pánico, lo que vino después fue peor. El lagarto perdió sus patas y alargó su cuerpo. Se transformó en una interminable serpiente verde amarillenta, de escamas brillantes, que le atenazó la cintura y las piernas con sus anillos, con la intención de ahogarla para clavarle los dos afilados colmillos venenosos que en ese momento lucía ante los ojos desorbitados de la infeliz dama. Nada parecía ya capaz de superar tal pavor, cuando la serpiente desapareció y, en su lugar, encima de los brazos desnudos de Juana, comenzó a arder un gran pedazo de carbón al rojo vivo, llagándole la piel abrasada. Temblando por el tremendo esfuerzo, la pobre muchacha aún consiguió aguantar el dolor el tiempo suficiente para que las lágrimas que caían abundantes de sus ojos fueran apagando con un siseo la turba, mientras se oía la voz estridente de la Reina de los Elfos: