El gallo aceptó encantado y los cuatro prosiguieron su camino. Pero como no podían llegar a Bremen en un día, al caer el sol se detuvieron en un bosque y decidieron pasar allí la noche. El asno y el perro se echaron bajo un árbol, y el gato y el gallo se subieron a las ramas. El gallo prefirió instalarse en la copa, pensando que allí estaría más seguro. Antes de dormirse, miró a los cuatro vientos y le pareció divisar, no muy lejos, una pequeña luz. Llamó a sus amigos, cacareándoles que podría ser una casa. El asno contestó:
— ¡Pues en marcha! Aquí no se está nada bien.
— ¡Pues en marcha! Aquí no se está nada bien.