El perro, por su parte, pensó que quizá allí conseguiría unos huesos y un poco de carne. Se pusieron en camino guiados por aquella luz que cada vez se hacía mayor hasta que se encontraron ante una casa que no era otra cosa que la guarida de unos ladrones. El asno, que era el más alto de todos, se acercó a la ventana y echó un vistazo al interior.
— ¿Qué es lo que ves? -preguntó el gallo.
— ¿Que qué veo? -contestó el asno-. Veo una mesa repleta de exquisitos manjares y bebidas y, alrededor de ella, una pandilla de tipos con aspecto de ladrones.
— No nos vendría mal poder participar en el banquete -dijo el gallo.
— Tienes razón, pero ¿cómo? -preguntó el asno.
— ¿Qué es lo que ves? -preguntó el gallo.
— ¿Que qué veo? -contestó el asno-. Veo una mesa repleta de exquisitos manjares y bebidas y, alrededor de ella, una pandilla de tipos con aspecto de ladrones.
— No nos vendría mal poder participar en el banquete -dijo el gallo.
— Tienes razón, pero ¿cómo? -preguntó el asno.