Tecuciztécatl y Nanahuatzin comenzaron a preparar sus ofrendas mientras ayunaban como penitencia; a la par, los dioses preparaban el fuego de la "roca divina". Todo lo que Tecuciztécatl ofrendaba era precioso: plumas de quetzal, oro, espinas de jade y sangre de coral obtenida por espinas de obsidiana. Lo que Nanahuatzin ofrecía eran cañas verdes, plantas medicinales, espinas de maguey y la sangre pura que manaba por sus manos. Cada uno hizo penitencia en los montes que les construyeron los dioses, los que se dicen son hoy conocidos como las pirámides del Sol y de la Luna. Al concluir el periodo de ayuno regaron sus ofrendas en la tierra y a la medianoche se adornaron y vistieron. A Tecuciztécatl le obsequiaron un tocado de plumas de garza y a Nanahuatzin le regalaron un tocado de papel.