-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la
vaca.
Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su
casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la
calle. Después se puso a llorar.