ALCONCHEL DE LA ESTRELLA
Nuestra tierra está necesitada de reconstruir con certeza nuestro pasado histórico. La situación estratégica peninsular que siempre definió a la Meseta la hizo determinante para el cruce de civilizaciones y cuna de acontecimientos trascendentes.
Alconchel de la Estrella, nombre curioso par una población de profunda antigüedad, es una muestra de ello. Su origen, incierto, nos conduce a la Edad del Bronce, y en ella, un posible poblado diera luego nombre a la ciudad olcade de Altheia, la misma que Aníbal con sus huestes, arrase, reduciéndola a cenizas y a sus habitantes a la esclavitud. Ahí empezaría la conocida Olcadia, después Alcarria para los conquenses.
algunas noticias no bien documentadas, afirman que este lugar fuese después núcleo importante con el nombre de Certina -Cartama celtibérica- en el siglo II a. C., provocando lugar de paso en el recorrido romano de la vía que unía Cartago Nova con Cómpluto (Alcalá de Henares), pasando por Segóbriga. Ello nos lo demuestra la existencia en este lugar de minas de lapis specularis (espejuelo), por entonces, muy codiciado por el mundo romano. Mancha a mitad de camino entre Alcarria poderosa.
Posteriormente, la historia sigue marcándole su estela, pues durante el dominio musulmán, aquí hubiese lugar fuerte, en ese castillo que ondea en su cerrillo y que pudiera haber dado lugar a un núcleo bereber primitivo. Lo cierto es, que será en época de repoblación cristiana, pues un documento de 18 de octubre de 1194, fechado en Alarcos, nos dice como Alfonso VIII concede a la Orden de Santiago, la mitad del portazgo de la villa de Alconchel y no la propia villa, que por entonces es de la jurisdicción del Señorío de Villarejo de Fuentes.
La población alcanzará cierta importancia y, en su valle, regado por el río Cazarejo, afluente del Záncara, abre la Veguilla y el estrecho que comunica su salida con las tierras de Haro. Lugar de peso e importancia, dedicando su advocación a la Virgen de la Cuesta, ermita a unos tres kilómetros de dicha villa, que alberga a su imagen, sedente, talla policromada románica, cuyas fiestas, con bella romería, le rinden tributo en los días 7, 8 y 9 de mayo. La blancura del edificio al pie de pequeña espadaña, te regocija.
En la villa, la iglesia parroquial abre sus brazos y dedica también su culto a la misma patrona, su Virgen de la Cuesta. En el Siglo XVI, el arquitecto Juan de Palacios reformó su estructura de tres naves con techo de madera y retocó su bella puerta de entrada, haciendo de este edificio el más singular de la villa, que por aquellos años perteneciese al Marquesado de Villena, aunque luego, ya en el Siglo XVIII, fuera el Conde de Cifuentes, su dueño por un tiempo.
Las leyendas que siguen nuestros caminos ocupan esa historia oscura pero profunda, ayudando a conocer el carácter de nuestras gentes. En las documentaciones del XVII, concretamente en el 1634, nos hablan algunos papeles sueltos de aquellas matronas alconcheleras que bautizaban a los niños recién nacidos cuando el peligro inminente de vida les acechaba. Fueron denunciadas a la Inquisición, pero siguieron su causa por entender el bien cristiano que con ello hacían. Buena labor la suya, sin duda.
Quizás aquel marqués de Alconchel, desconocido por ahora, y que fuese dueño del anejo Villar de Cañas, cuya iglesia tenía la advocación de Nuestra Señora de la Estrella, pudo ser quien instaurase en su romería los jueves larderos de hornazos y hojuelas.
Tal vez esa dualidad entre Ntra. Sra. de la Estrella de Villar de Cañas y la Virgen de la Cuesta de Alconchel rivalizaran en la devoción popular, pero ahora la merienda y el jolgorio al pie del chopo en el pórtico de la iglesia de la segunda al son de esos Mayos entonados como Folías, resumen la tradición más bella. Luego agosto y sus reencuentros reviven la diversión donde la hospitalidad es afamada.
Nuestra tierra está necesitada de reconstruir con certeza nuestro pasado histórico. La situación estratégica peninsular que siempre definió a la Meseta la hizo determinante para el cruce de civilizaciones y cuna de acontecimientos trascendentes.
Alconchel de la Estrella, nombre curioso par una población de profunda antigüedad, es una muestra de ello. Su origen, incierto, nos conduce a la Edad del Bronce, y en ella, un posible poblado diera luego nombre a la ciudad olcade de Altheia, la misma que Aníbal con sus huestes, arrase, reduciéndola a cenizas y a sus habitantes a la esclavitud. Ahí empezaría la conocida Olcadia, después Alcarria para los conquenses.
algunas noticias no bien documentadas, afirman que este lugar fuese después núcleo importante con el nombre de Certina -Cartama celtibérica- en el siglo II a. C., provocando lugar de paso en el recorrido romano de la vía que unía Cartago Nova con Cómpluto (Alcalá de Henares), pasando por Segóbriga. Ello nos lo demuestra la existencia en este lugar de minas de lapis specularis (espejuelo), por entonces, muy codiciado por el mundo romano. Mancha a mitad de camino entre Alcarria poderosa.
Posteriormente, la historia sigue marcándole su estela, pues durante el dominio musulmán, aquí hubiese lugar fuerte, en ese castillo que ondea en su cerrillo y que pudiera haber dado lugar a un núcleo bereber primitivo. Lo cierto es, que será en época de repoblación cristiana, pues un documento de 18 de octubre de 1194, fechado en Alarcos, nos dice como Alfonso VIII concede a la Orden de Santiago, la mitad del portazgo de la villa de Alconchel y no la propia villa, que por entonces es de la jurisdicción del Señorío de Villarejo de Fuentes.
La población alcanzará cierta importancia y, en su valle, regado por el río Cazarejo, afluente del Záncara, abre la Veguilla y el estrecho que comunica su salida con las tierras de Haro. Lugar de peso e importancia, dedicando su advocación a la Virgen de la Cuesta, ermita a unos tres kilómetros de dicha villa, que alberga a su imagen, sedente, talla policromada románica, cuyas fiestas, con bella romería, le rinden tributo en los días 7, 8 y 9 de mayo. La blancura del edificio al pie de pequeña espadaña, te regocija.
En la villa, la iglesia parroquial abre sus brazos y dedica también su culto a la misma patrona, su Virgen de la Cuesta. En el Siglo XVI, el arquitecto Juan de Palacios reformó su estructura de tres naves con techo de madera y retocó su bella puerta de entrada, haciendo de este edificio el más singular de la villa, que por aquellos años perteneciese al Marquesado de Villena, aunque luego, ya en el Siglo XVIII, fuera el Conde de Cifuentes, su dueño por un tiempo.
Las leyendas que siguen nuestros caminos ocupan esa historia oscura pero profunda, ayudando a conocer el carácter de nuestras gentes. En las documentaciones del XVII, concretamente en el 1634, nos hablan algunos papeles sueltos de aquellas matronas alconcheleras que bautizaban a los niños recién nacidos cuando el peligro inminente de vida les acechaba. Fueron denunciadas a la Inquisición, pero siguieron su causa por entender el bien cristiano que con ello hacían. Buena labor la suya, sin duda.
Quizás aquel marqués de Alconchel, desconocido por ahora, y que fuese dueño del anejo Villar de Cañas, cuya iglesia tenía la advocación de Nuestra Señora de la Estrella, pudo ser quien instaurase en su romería los jueves larderos de hornazos y hojuelas.
Tal vez esa dualidad entre Ntra. Sra. de la Estrella de Villar de Cañas y la Virgen de la Cuesta de Alconchel rivalizaran en la devoción popular, pero ahora la merienda y el jolgorio al pie del chopo en el pórtico de la iglesia de la segunda al son de esos Mayos entonados como Folías, resumen la tradición más bella. Luego agosto y sus reencuentros reviven la diversión donde la hospitalidad es afamada.