DÍA TERCERO
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Motivos para observar las máximas evangélicas
Los motivos se deben derivar de la santidad, de la naturaleza y de la utilidad de estas máximas. Vamos a verlo.
¿Qué es la santidad? Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra, y al mismo tiempo el amor a Dios y la unión con su divina voluntad. En esto me parece a mí que consiste la santidad.
¿Y qué es lo que nos aparta más de la tierra y nos une tanto al cielo sino las máximas evangélicas? Todas ellas pretenden separarnos de los bienes, placeres, honores, sensualidades y propias satisfacciones; todas tienden a ello; ese es su fin. Por eso, decir que una persona se mantiene en la observancia de las máximas evangélicas, es decir que está en la santidad; decir que una persona las practica, es decir que tiene la santidad, porque la santidad, como acabamos de anotar, consiste en el rompimiento del afecto a las cosas terrenas y en la unión con Dios; de forma que es inconcebible que una persona observe las máximas evangélicas y no se vea despegada de la tierra y unida al cielo.
El segundo motivo que se saca de las máximas evangélicas, es su utilidad. Las personas que las practican, ¿qué es lo que hacen? Se apartan de tres poderosos enemigos: la pasión de tener bienes, de tener placeres y de tener libertad. Ese es, hermanos míos, el espíritu del mundo que hoy reina con tanto imperio, que puede decirse que todo el afán de los hombres del siglo consiste en poseer bienes y placeres y en hacer su propia voluntad. Eso es lo que se busca, tras eso corren. Se imaginan que la felicidad de este mundo está en amontonar riquezas, en gozar y en vivir a su antojo.
Pero, ¡ay!, ¿quién no ve todo lo contrario y quién ignora que el que se deja gobernar por sus pasiones se convierte en esclavo de las mismas?
Una persona que se queda ahí, esto es, que no logra hacerse dueño de sus pasiones, puede y debe creerse hija del diablo. Por el contrario, los que se alejan del afecto a los bienes de la tierra, del ansia de placeres y de su propia voluntad, se convierten en hijos de Dios y gozan de una perfecta libertad, porque la libertad sólo se encuentra en el amor de Dios. Esas personas, hermanos míos, son libres, carecen de leyes, vuelan libres por doquier, sin poder detenerse, sin ser nunca esclavas del demonio ni de sus placeres. ¡Bendita libertad la de los hijos de Dios!. (Cf. Op. cit., nn. 990-991).
Oración final. ¡Oh Salvador, Señor, Dios nuestro! Tú trajiste del cielo a la tierra esta doctrina, la recomendaste a los hombres y la enseñaste a los apóstoles, a quienes les dijiste que esta doctrina es como la base del cristianismo y que todo lo que no se cimente en ella estará cimentado sobre arena: llénanos de este espíritu, dispon nuestros corazones a recibirlo. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Motivos para observar las máximas evangélicas
Los motivos se deben derivar de la santidad, de la naturaleza y de la utilidad de estas máximas. Vamos a verlo.
¿Qué es la santidad? Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra, y al mismo tiempo el amor a Dios y la unión con su divina voluntad. En esto me parece a mí que consiste la santidad.
¿Y qué es lo que nos aparta más de la tierra y nos une tanto al cielo sino las máximas evangélicas? Todas ellas pretenden separarnos de los bienes, placeres, honores, sensualidades y propias satisfacciones; todas tienden a ello; ese es su fin. Por eso, decir que una persona se mantiene en la observancia de las máximas evangélicas, es decir que está en la santidad; decir que una persona las practica, es decir que tiene la santidad, porque la santidad, como acabamos de anotar, consiste en el rompimiento del afecto a las cosas terrenas y en la unión con Dios; de forma que es inconcebible que una persona observe las máximas evangélicas y no se vea despegada de la tierra y unida al cielo.
El segundo motivo que se saca de las máximas evangélicas, es su utilidad. Las personas que las practican, ¿qué es lo que hacen? Se apartan de tres poderosos enemigos: la pasión de tener bienes, de tener placeres y de tener libertad. Ese es, hermanos míos, el espíritu del mundo que hoy reina con tanto imperio, que puede decirse que todo el afán de los hombres del siglo consiste en poseer bienes y placeres y en hacer su propia voluntad. Eso es lo que se busca, tras eso corren. Se imaginan que la felicidad de este mundo está en amontonar riquezas, en gozar y en vivir a su antojo.
Pero, ¡ay!, ¿quién no ve todo lo contrario y quién ignora que el que se deja gobernar por sus pasiones se convierte en esclavo de las mismas?
Una persona que se queda ahí, esto es, que no logra hacerse dueño de sus pasiones, puede y debe creerse hija del diablo. Por el contrario, los que se alejan del afecto a los bienes de la tierra, del ansia de placeres y de su propia voluntad, se convierten en hijos de Dios y gozan de una perfecta libertad, porque la libertad sólo se encuentra en el amor de Dios. Esas personas, hermanos míos, son libres, carecen de leyes, vuelan libres por doquier, sin poder detenerse, sin ser nunca esclavas del demonio ni de sus placeres. ¡Bendita libertad la de los hijos de Dios!. (Cf. Op. cit., nn. 990-991).
Oración final. ¡Oh Salvador, Señor, Dios nuestro! Tú trajiste del cielo a la tierra esta doctrina, la recomendaste a los hombres y la enseñaste a los apóstoles, a quienes les dijiste que esta doctrina es como la base del cristianismo y que todo lo que no se cimente en ella estará cimentado sobre arena: llénanos de este espíritu, dispon nuestros corazones a recibirlo. Amén.
Terminar con los gozos o himno a San Vicente.