Historia
Durante poco más de un año (1992-93), hacer reuniones los viernes por la noche fue un compromiso ineludible para el grupo pionero de PEAC. Junto con los problemas y las posibles soluciones que se planteaban, poco a poco la idea empezó a adquirir la seriedad de una asociación de profesionales. Ahora se recuerda como anécdota cuando alguien sugirió formar un grupo de correctores anónimos, a semejanza de los grupos de autoayuda.
Cada quien llegaba por diferentes caminos pero con muchas coincidencias; como haber aprendido en la práctica, compartir el gusto por nuestra actividad y padecer las malas condiciones de trabajo.
Otra de las peculiaridades -todavía hoy compartidas- fue que, al carecer de una preparación formal, cada quien tenía su propia idea de lo que se debe hacer y cómo se debe hacer. Algunos de los que hoy saben, aprendieron a corregir porque alguien más experimentado se los enseñó, mientras que otros tuvieron que descubrirlo, que investigarlo… y, claro, no faltará quien piense que lo inventó.
Con todo ello la diversidad de opiniones no podía faltar; incluso para elegir nuestro nombre, pues en los primeros años de la última década del siglo XX todavía no era común el adjetivo “profesional”: sólo se acostumbraba el sustantivo “profesionista”.
Pero, ¿quién tenía la razón? ¿A quién recurrir para que sirviera de mediador? Las divagaciones fueron muchas, y muchos también los puntos que se aclararon; como estar de acuerdo en que era preciso propiciar la retroalimentación en nuestro trabajo.
Sabemos que sólo con la normatividad de los procedimientos y la concordancia en el trabajo específico será posible conformar un medio sólido, agrupado y coherente con los cambios contemporáneos. Ha llegado el momento de que los profesionales de la edición tengamos voz y la hagamos escuchar.
Durante poco más de un año (1992-93), hacer reuniones los viernes por la noche fue un compromiso ineludible para el grupo pionero de PEAC. Junto con los problemas y las posibles soluciones que se planteaban, poco a poco la idea empezó a adquirir la seriedad de una asociación de profesionales. Ahora se recuerda como anécdota cuando alguien sugirió formar un grupo de correctores anónimos, a semejanza de los grupos de autoayuda.
Cada quien llegaba por diferentes caminos pero con muchas coincidencias; como haber aprendido en la práctica, compartir el gusto por nuestra actividad y padecer las malas condiciones de trabajo.
Otra de las peculiaridades -todavía hoy compartidas- fue que, al carecer de una preparación formal, cada quien tenía su propia idea de lo que se debe hacer y cómo se debe hacer. Algunos de los que hoy saben, aprendieron a corregir porque alguien más experimentado se los enseñó, mientras que otros tuvieron que descubrirlo, que investigarlo… y, claro, no faltará quien piense que lo inventó.
Con todo ello la diversidad de opiniones no podía faltar; incluso para elegir nuestro nombre, pues en los primeros años de la última década del siglo XX todavía no era común el adjetivo “profesional”: sólo se acostumbraba el sustantivo “profesionista”.
Pero, ¿quién tenía la razón? ¿A quién recurrir para que sirviera de mediador? Las divagaciones fueron muchas, y muchos también los puntos que se aclararon; como estar de acuerdo en que era preciso propiciar la retroalimentación en nuestro trabajo.
Sabemos que sólo con la normatividad de los procedimientos y la concordancia en el trabajo específico será posible conformar un medio sólido, agrupado y coherente con los cambios contemporáneos. Ha llegado el momento de que los profesionales de la edición tengamos voz y la hagamos escuchar.