La Madre de aquel Hijo, por consiguiente, recordando cuanto le ha sido dicho en la anunciación y en los acontecimientos sucesivos, lleva consigo la radical « novedad » de la fe: el inicio de la Nueva Alianza. Esto es el comienzo del Evangelio, o sea de la buena y agradable nueva. No es difícil, pues, notar en este inicio una particular fatiga del corazón, unida a una especie de a noche de la fe » -usando una expresión de San Juan de la Cruz-, como un « velo » a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio. (36) Pues de este modo María, durante muchos años, permaneció en intimidad con el misterio de su Hijo, y avanzaba en su itinerario de fe, a medida que Jesús « progresaba en sabiduría... en gracia ante Dios y ante los hombres » (Lc 2, 52). Se manifestaba cada vez más ante los ojos de los hombres la predilección que Dios sentía por él. La primera entre estas criaturas humanas admitidas al descubrimiento de Cristo era María, que con José vivía en la casa de Nazaret.