Si por medio de la fe María se ha convertido en la Madre del Hijo que le ha sido dado por el Padre con el poder del Espíritu Santo, conservando íntegra su virginidad, en la misma fe ha descubierto y acogido la otra dimensión de la maternidad, revelada por Jesús durante su misión mesiánica. Se puede afirmar que esta dimensión de la maternidad pertenece a María desde el comienzo, o sea desde el momento de la concepción y del nacimiento del Hijo. Desde entonces era « la que ha creído ». A medida que se esclarecía ante sus ojos y ante su espíritu la misión del Hijo, ella misma como Madre se abría cada vez más a aquella « novedad » de la maternidad, que debía constituir su « papel » junto al Hijo. ¿No había dicho desde el comienzo: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra »? (Lc 1, 38). Por medio de la fe María seguía oyendo y meditando aquella palabra, en la que se hacía cada vez más transparente, de un modo « que excede todo conocimiento » (Ef 3, 19), la autorrevelación del Dios viviente. María madre se convertía así, en cierto sentido, en la primera « discípula » de su Hijo, la primera a la cual parecía decir: « Sígueme » antes aún de dirigir esa llamada a los apóstoles o a cualquier otra persona (cf. Jn 1, 43).