El Concilio Vaticano II habla de la Iglesia en camino, estableciendo una analogía con el Israel de la Antigua Alianza en camino a través del desierto. El camino posee un carácter incluso exterior, visible en el tiempo y en el espacio, en el que se desarrolla históricamente. La Iglesia, en efecto, debe « extenderse por toda la tierra », y por esto « entra en la historia humana rebasando todos los límites de tiempo y de lugares ». (55) Sin embargo, el carácter esencial de su camino es interior. Se trata de una peregrinación a través de la fe, por « la fuerza del Señor Resucitado », (56) de una peregrinación en el Espíritu Santo, dado a la Iglesia como invisible Consolador (parákletos) (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 7): « Caminando, pues, la Iglesia a través de los peligros y de tribulaciones, de tal forma se ve confortada por la fuerza de la gracia de Dios que el Señor le prometió... y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso »