Al finalizar, el Santo Padre invocó al Espíritu Santo para “que nos ilumine para que ninguno tenga un corazón perverso: un corazón duro que te lleve a la pusilanimidad; un corazón obstinado que te lleve a la rebeldía, a la ideología; un corazón seducido, esclavo de la seducción, que te lleve a un cristianismo de compromiso”.