Es deber de la Iglesia ofrecer a los ancianos la posibilidad de encontrarse con Cristo, ayudándoles a redescubrir el significado de su propio Bautismo, por medio del cual han sido sepultados con Cristo en la muerte, para que « así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también [ellos] lleven una vida nueva » (Rom 6, 4), y encuentren el sentido de su propio presente y futuro. La esperanza, en efecto, hunde sus raíces en la fe en esa presencia del Espíritu de Dios, « que resucitó a Jesús de entre los muertos » y hará revivir nuestros cuerpos mortales (cf. ibid. 8, 11). La conciencia de una nueva vida en el Bautismo hace que en el corazón de una persona anciana no desfallezca el asombro del niño ante el misterio del amor de Dios manifestado en la creación y en la redención.