Esta tarea pastoral incluye la necesidad de formar sacerdotes, operadores y voluntarios —jóvenes, adultos y los mismos ancianos— que, ricos en humanidad y espiritualidad, tengan la capacidad de acercarse a las personas de la tercera y de la cuarta edad y de satisfacer esperanzas, con frecuencia muy individualizadas, de orden humano, social, cultural y espiritual.