Es indispensable, en la tarea pastoral, la aportación de los ancianos mismos que, de su riqueza de fe y de vida, pueden sacar cosas nuevas y cosas antiguas, no sólo en beneficio propio, sino de toda la comunidad. Lejos de ser sujetos pasivos de la atención pastoral de la Iglesia, los ancianos son apóstoles insustituibles, sobre todo entre sus coetáneos, pues nadie conoce mejor que ellos los problemas y la sensibilidad de esa fase de la vida humana. Cobra especial importancia, hoy, el apostolado de los ancianos con los ancianos en forma de testimonio de vida. En nuestros tiempos, escribió Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, el hombre « escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio » (n. 41). No es secundario, por tanto, el anuncio directo de la palabra de Dios del anciano al anciano, y del anciano a las generaciones de los hijos y de los nietos.