Mediante la palabra y la oración, pero también con las renuncias y los sufrimientos que la edad avanzada lleva consigo, los ancianos han sido y siguen siendo siempre testigos elocuentes y comunicadores de la fe en las comunidades cristianas y en las familias. A veces incluso en condiciones de verdadera persecución. Como ha sido el caso, por ejemplo, en los regímenes totalitarios ateos del socialismo real en el siglo veinte.? Quién no ha oído hablar de las « babuskas » rusas? Las abuelas que, durante largas décadas en las que cualquier expresión de fe equivalía a ejercer una actividad criminal, fueron capaces de mantener viva la fe cristiana, transmitiéndola a las generaciones de sus nietos. Gracias a su valor, no desapareció totalmente la fe en los países ex-comunistas, y hoy existe un punto de apoyo —aunque mínimo— para la nueva evangelización. El Año del Anciano brinda una ocasión preciosa para recordar esas figuras extraordinarias de ancianos —hombres y mujeres— y su silencioso y heroico testimonio. No sólo la Iglesia, sino la civilización humana, les debe mucho.